Comentario
El Estado Mayor alemán había previsto con mucha antelación la rápida derrota del Ejército Rojo y el avance hasta la línea Volga-Arkangelsk para, desde allí, destruir con aviación las reservas e instalaciones de la Rusia asiática. El pacto de amistad y cooperación vigente desde agosto de 1939 no había anulado los intereses expansionistas del Reich sobre los extensos territorios del Este. La operación debía comenzar en noviembre de 1940, pero el fracaso de los italianos en Grecia obligó a acelerar la conquista de los Balcanes. El fracaso de la Batalla de Inglaterra y la decisión de invadir la URSS hicieron posponer nuevamente León Marino e implicaron a Alemania en una guerra de dos frentes.
El grueso de las fuerzas acorazadas y motorizadas fue trasladado así al Este. El Ejército alemán había duplicado el último año el número de sus divisiones panzer, aunque sin aumentar sus efectivos, sino desdoblando las unidades en otras menores. De modo que aumentaron las tropas auxiliares, pero no el número de los carros y la campaña de Rusia se preparó con 800 menos que los empleados en la campaña de 1940 contra Francia y los Países Bajos. Hitler confiaba en la inferioridad técnica del Ejército Rojo y en la potencia representada por los nuevos carros tipo Mark III y IV, mucho más poderosos y mejor artillados.
Sin embargo, los principales problemas de la invasión podían presentarlos el frío, la falta de comunicaciones y los enormes espacios. El rápido avance de 1940 en Europa occidental fue posible por su red de magníficas carreteras, por donde se movieron el grueso de las tropas y los suministros en camiones, en carros y a pie. En Rusia desaparecieron las buenas comunicaciones y aparecieron los enormes espacios. Guderian y los militares de su escuela defendían que los destacamentos acorazados debían penetrar en Rusia lo más profundamente posible, a fin de colapsar la resistencia. Hitler y los generales más conservadores impusieron que el avance se detuviera periódicamente, a fin de constituir grandes bolsas de prisioneros rusos. Esta decisión evitó en definitiva el colapso del Ejército Rojo y alargó la guerra, mientras el ataque en el Este supuso un balón de oxígeno para Inglaterra y le permitió mantener la resistencia en la isla e impulsar la campaña del Norte de Africa.
Como ya era su costumbre, los alemanes invadieron la URSS sin declararle previamente la guerra. A las cuatro de la madrugada del 21 de junio de 1941, tres ejércitos cruzaron el Niemen, respectivamente en dirección Leningrado (von Leeb), Moscú (von Bock) y Stalingrado (von Rundstedt). Junto a los alemanes participaron tropas rumanas, húngaras, eslovacas, italianas y finlandesas a las que se unieron, más tarde, voluntarios belgas, franceses, croatas y españoles. Se iniciaba la Operación Barbarroja.
En dirección Bialystok-Minsk, los invasores marcharon en dos columnas paralelas, muy alejadas entre sí y encabezadas por unidades de tanques que, en un momento dado, rectificaron la dirección para tomar líneas convergentes. Las fuerzas rusas de Bialystok quedaron encerradas en una enorme bolsa; la operación se repitió al oeste de Minsk y en Przemysl. Los rusos perdieron tropas en cantidades enormes y reconstruyeron el frente más al este. La Wermacht repitió su maniobra de cerco en Tallin, Narva, al oeste del lago Peipus y en Esmolensko.
La intransigencia nazi estimuló la resistencia: Hitler ordenó asesinar a todos los comisarios políticos, quienes, enterados, no se dejaban capturar con vida y estimulaban la resistencia a ultranza de oficiales y soldados. Los nacionalistas ucranianos y bálticos, que recibieron a los alemanes como libertadores del yugo ruso, pronto comprobaron que les trataban como a una raza inferior y les retiraron su apoyo. En cambio Stalin hizo resucitar todos los viejos mitos patrióticos y nacionalistas, a fin de impulsar la resistencia popular y ordenó aplicar la táctica de tierra calcinada. Nada ni nadie debía quedar en las inmensas llanuras para beneficiar al invasor: las poblaciones, los ganados, los tractores, las fábricas, se replegaron hacia el Este, las granjas ardieron y fueron hundidos los puentes; mientras tanto, más allá de los Urales, los soviéticos organizaban otras 100 divisiones.
Las maniobras alemanas embolsaron a miles de soldados soviéticos, pero su avance se frenó lentamente ante un espacio inacabable, cruzado por escasas carreteras. Las tropas de Guderian llegaron al río Beresina en nueve días, sin haber librado ninguna batalla decisiva. Pero julio fue lluvioso y el campo se enfangó, los camiones no podían moverse, los ríos carecían de pasos, las carreteras contaban con plataformas de madera que, si no habían sido voladas por los rusos, no resistían el peso de un tanque. El Beresina, que había contenido la retirada de Napoleón, era una maraña de brazos en medio de un paisaje encharcado.